Hoy os voy a hablar de mi experiencia con las lenguas extranjeras:
Cuando empecé primero de primaria, a los 6 años, entré en contacto con el inglés, una lengua que formaría parte de mi vida durante los siguientes 10 años. Mi relación con este idioma no era muy buena, ya que era una asignatura que nunca me gustó demasiado. Además, los profesores/as que he tenido de esta materia no me motivaban en absoluto, pues las clases me parecían un poco aburridas. Nos limitábamos a leer las lecturas de los libros de texto y a realizar los ejercicios tan repetitivos que proponían los cuadernos de actividades, lo cual no favorecía nuestro aprendizaje. Dichos ejercicios eran de completar, de unir, de verdadero y falso... y todos ellos centrados en la gramática y el vocabulario que debíamos memorizar para aprobar los exámenes. ¿Y qué decir de las listas de los verbos irregulares? ¡Un verdadero suplicio!
Cuando pasé a la etapa de educación secundaria con 12 años, empecé a estudiar francés. Al principio me costó un poco adaptarme a otra lengua extranjera, pero pronto llegó a ser un idioma que me resultaba bastante más sencillo que el anterior y que me gustaba notablemente más. No obstante, la metodología era similar y los docentes se centraban demasiado en la memorización y repetición de largas listas de palabras de vocabulario y en la realización de ejercicios de gramática. Sin embargo, como el inglés suponía un obstáculo para mí, decidí escoger francés como primer idioma en bachillerato. En estos dos años fue donde aprendí más y mejor, pues en clase éramos solamente dos personas, por lo que la profesora podía prestarnos mucha más atención individualizada.
Por otra parte, también estudié lenguas clásicas (latín y griego) durante un par de años. Aunque el aprendizaje de estas lenguas se centraba exclusivamente en la traducción de oraciones y textos literarios.
Como se puede comprobar, la didáctica de las lenguas extranjeras en nuestro sistema educativo se centra exclusivamente en la realización de ejercicios de gramática y en el aprendizaje de palabras de vocabulario que sinceramente, de nada sirven si no sabemos aplicarlas en contexto. Los docentes se centran demasiado en la comprensión y la producción escrita dejando a un lado el ámbito oral, que realmente es lo más importante. Muchas veces nos piden que realicemos cartas para un amigo por ejemplo, pero realmente nunca se llegan a enviar, por lo que la interacción con los demás es totalmente nula. La comprensión y la expresión oral también se trabajan poco y cuando se hacen exámenes para evaluar esto último, se centran básicamente en la correcta entonación y pronunciación de las palabras, descuidando en muchos casos, el contenido del discurso.
Realmente se podría sacar mucho más partido al rendimiento de los escolares si se llevaran a cabo metodologías más innovadoras y atractivas, donde no solo se trabajara de forma individual, sino en interacción con los demás compañeros/as.
Finalmente, aprovecharé para comentar cómo era la metodología de la lengua extranjera en el centro de prácticas al que acudí el pasado año académico. La profesora de inglés que impartía docencia en los cursos de primero, segundo, tercero y cuarto de Educación Primaria, era una mujer muy alegre y activa. Sus clases eran muy dinámicas y divertidas y en todas ellas, los estudiantes participaban activamente. Todos los días empezaba cantando y bailando con los niños y niñas y, aunque tenían libro de texto, este solo se empleaba como un apoyo en algunas ocasiones. El vocabulario nuevo se aprendía a través de juegos y tarjetas ilustrativas y la profesora no solo se apoyaba en imágenes, sino también en los sonidos, pues muchas veces ponía audiciones. También se realizaban pequeñas dramatizaciones, lecturas en voz alta y creaciones artísticas.
Dicha profesora era muy atenta con todos los alumnos, los motivaba, animaba y reforzaba positivamente con pegatinas de colores, abrazos y palabras de aprobación. Usaba el inglés todo el tiempo, por lo que los escolares se habituaban a escucharlo y eso facilitaba su aprendizaje. La comprensión de los menores era facilitada además por el uso de expresiones y gestos que la maestra usaba para acompañar e ilustrar sus explicaciones.
En cuanto a la evaluación, cabe destacar que se realizaba de una forma muy diferente a la habitual. Los estudiantes participaban en una especie de concurso que ella denominaba "Champions League" y que consistía en contestar a las preguntas que planteaba. Cada día se llevaba a cabo con un total de 4 jugadores que ella agrupaba estratégicamente en función de su nivel. Los demás los apoyaban y animaban y cada vez que alguien respondía adecuadamente todos aplaudían. No obstante, cuando alguien fallaba, ella lo abrazaba explicándole que no pasaba nada, por lo que los menores aprendían que equivocarse es algo normal y que los errores no suponen un castigo, sino una oportunidad de aprendizaje y mejora. Los pequeños se lo pasaban bien y no veían la evaluación como un examen que les suponía frustración y ansiedad, sino como un juego en el cual lo importante es participar y pasarlo bien.
Me hubiera gustado tener una profesora con tanta implicación en su trabajo y la cual nos propusiera actividades tan creativas, atractivas y motivadoras como estas. Así, nuestro aprendizaje sería mucho más significativo.
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